Tras la eliminación del Barcelona ante la Roma, Leo Messi fue preguntado sobre por qué su equipo había sido derrotado y el Madrid había pasado a la siguiente ronda. El argentino, a medio camino entre una crítica y un halago, dijo que “sólo el Madrid tiene la capacidad de sacar un partido adelante aunque juegue mal”.

Se han escrito ríos de tinta sobre la leyenda en Europa del Real Madrid, de su capacidad de superarse a sí mismo y hacer historia aún cuando el siguiente capítulo de la historia no cabe en la imaginación. Con la final de este sábado, el Real Madrid se encuentra ante la posibilidad de ganar su tercera Liga de Campeones consecutiva y la sexta de las seis últimas finales que ha disputado. A este ritmo, Cómo no te voy a querer hace las veces de trabalenguas por la cantidad de sílabas añadidas cada año.

Muchos alegan sobre esta circunstancia que tiene como premisa determinado favoritismo de los árbitros de una y otra época, como si existiera una suerte de acervo arbitral madridista que se va transmitiendo de generación en generación. Otros lo atribuyen a la capacidad económica que tiene el club, que no difiere de otros que manejan cifras astronómicas a la hora de fichar pero se van con las manos vacías todos los años.

Desde hace un tiempo los madridistas sentimos que la derrota será la justificación de tantas victorias. El día que lloremos será por todas las veces que reímos

Yo creo, sin embargo, que la explicación a tanta gloria tiene que ver con una filosofía de juego -y de vida- que reside en el ADN madridista, que consiste en no bajar nunca los brazos, no conformarse con un empate y no entusiasmarse con un resultado mediocre. Si el Bernabéu calla da gracias. El Madrid tiene un hambre voraz de victoria, instintiva, casi enfermiza. No nos gusta tropezarnos en la búsqueda de la pureza o del estilo de juego perfecto. Nos gusta ganar. Pero, ¿cómo entender la victoria si olvidas cómo era la derrota?

No hay mejor forma de conocerse que mirando en el reflejo de las palabras de tu enemigo. Si antes hice referencia a Leo Messi, tras la reciente final de la UEFA Europa League Diego Simeone decía que una vez alcanzada la victoria siempre quedaba cierto regusto de tristeza. El Cholo describe un sentimiento a contrapelo que es natural en la culminación de cualquier deseo. “Carecer de algunas de las cosas que uno desea es condición indispensable de la felicidad”, decía Bertrand Russell.

Y es que en la inmensidad de las aficiones, la felicidad del éxito es la justificación de mil derrotas, de mil deseos frustrados. Hoy río por todas aquellas veces que lloré. Sin embargo, llevamos un tiempo en el que los madridistas sentimos lo contrario, que la derrota será la justificación de tantas victorias. El día que lloremos será por todas las veces que reímos.

Si ganamos, veré al Real Madrid con la tranquilidad de quien espera una expiración. Pero hasta ese final, vamos Real

Gracias a los años de sequía europea que viví en mi adolescencia, mi padre podía contarme orgulloso las subidas por la banda de Gento o los goles de Di Stéfano cuando éramos los reyes del continente. Ese tiempo yermo le dio sentido a las 6 copas de Europa. Porque yo viví los 80 y los 90 (de esos años mi mejor recuerdo en el Bernabéu fue aquel golazo de Dubovsky ante el Zaragoza) sé que llegará el día en el que lloraremos y tendremos ese sentimiento a contrapelo que decía Simeone. El madridismo estará triste pero con cierto regusto de felicidad, pues solo entonces sabremos valorar lo que se hizo tiempo atrás, desde el taconazo de Redondo a la volea de Zidane. Pero no quiero que ese día llegue ya.

El Madrid tiene la posibilidad de culminar el ensueño de ser el primer equipo en ganar tres Ligas de Campeones seguidas. Porque aún albergamos deseo, cuando este sábado me encuentre con mi gente les saludaré con nerviosismo. Cuando se sucedan los primeros compases del partido, miraré a mi alrededor para buscar miradas de complicidad porque el equipo está enchufado, o por el contrario optaré por ir a la barra a pedir otra esperando que el equipo haya despertado durante mi ausencia.

La noche de Kiev determinará si este equipo que me ha tocado disfrutar pasará al templo de los inmortales. Y si es así, a partir de ahora veré al Real Madrid con la tranquilidad de quien espera una expiración, un final que permita contarle a quienes me sucedan cómo subía la banda Marcelo, la ansiedad de la décima o la magia de Modric. Pero hasta ese final, vamos Real.