Intervención de Iñigo Errejón en el cierre del Foro para la Construcción de una Mayoría Popular

Comenzando con las formalidades que son importantes. Me vais a permitir un primer recordatorio, para mí de carácter doméstico y muy sentimental, que tiene que ver con enviar un abrazo al pueblo de Catalunya y al pueblo de Barcelona que hoy se ha movilizado a centenares de miles. No solo para decir ‘No tenim por’ (no tenemos miedo), para enfrentar y rechazar con una sonrisa el terrorismo, sino también para quienes intentan utilizarlo para dividir a los pueblos, para sembrar el racismo o para hacer negocio vendiendo armas. Hoy yo me siento orgulloso de mi país, estoy orgulloso del pueblo de Catalunya y quiero comenzar mandando un abrazo.

La segunda formalidad es el agradecimiento a la organización del Foro y la invitación, porque considero que constituye un episodio más en un diálogo que venimos desarrollando desde hace ya varios años. Con los compañeros que comparto exposición, con muchos compañeros y compañeras que veo entre el público, hemos podido en muchas otras ocasiones ir discutiendo. Es verdad que en formatos diferentes, pero en lo que va siendo una especie de diálogo continuado entre experiencias políticas e intelectuales, diferentes, pero que sin embargo se miran con inmenso respeto y cariño, y con voluntad de aprender unas de otras. Yo me acuerdo del Foro ‘Emancipación e Igualdad’ en el Teatro Cervantes, y tengo que decir que cada vez que he podido participar en cada uno de estos eventos no han sido solo eventos de carácter propagandístico en el que nos calentamos la piel, sino que han servido para una reflexión intelectual que a nosotros nos han animado en muchas de nuestras experiencias y nuestra práctica política. Por tanto hay un diálogo en marcha que hay que fortalecer, que no tiene que solo que ver con mandarnos ánimos y saludos sino también con un intercambio fecundo de experiencias y de reflexión política en el que creo que se inscribe este foro. Quería, ya no solo a título personal sino a título del conjunto de los compañeros de la fuerza política que represento, daros las gracias porque nosotros aprendemos mucho, además del calor que recibimos, de la discusión e intercambio de experiencias.

Se discute mucho sobre si estamos ante algo así como una especie de oleada restauradora o reaccionaria que recorre América Latina y que también tendría sus manifestaciones en Europa. ¿Está viniendo algo así como una restauración neoliberal en la región? Creo que tenemos que caracterizar esta oleada, este conjunto de cambios de signo conservador, como una insubordinación de los privilegiados. Estamos asistiendo a una rebelión de los privilegiados contra cualquier intento de tener que someterse a reglas democráticas de juego. En Europa se expresa como una ofensiva oligárquica contra los pactos sociales de posguerra después de la Segunda Guerra Mundial y como una ofensiva contra el Estado de Bienestar; no solo contra servicios públicos concretos sino contra la mera idea de que los sectores populares tengan participación en el Estado y el Estado tenga alguna responsabilidad para con los sectores populares. Pero en América Latina se expresa también como una suerte reclamo con furia de lo que entienden que es suyo por derecho de nacimiento. Hay en la oleada reaccionaria un marcado signo de concepción patrimonialista del Estado. Las élites y las minorías privilegiadas no están discutiendo si hay más o menos Estado. Lo que están discutiendo es si el Estado puede servir a algunos intereses diferentes de los intereses estrechos de las minorías. Y lo están discutiendo con la furia del que entiende que nuestro paso por las Administraciones Públicas y por el poder político es una suerte de anomalía medio animalesca -os acordaréis aquí del aluvión zoológico-. Es una anomalía que el tiempo y la razón tendrán que acabar corrigiendo. Porque los lugares de poder son lugares que por alguna razón previa a la democracia les pertenecen. Luego algunas veces las elecciones aciertan y les confirman ese lugar de poder, y algunas veces se viven temporadas que son conflictivas para ellos. El conflicto para las élites es siempre cuando ellos no gobiernan.

Esta oleada está también marcada por una idea que no tiene nada de innovadora, que es extremadamente vieja y de consecuencias nefastas, que es la exigencia por parte de los grandes poderes de que vuelva a imperar únicamente la ley del más fuerte. Y por tanto, una especie de rebelión aristocrática que reclama que ellos no tienen que someterse a ningún acuerdo social ni a ningún conjunto de normas y que hay poderes naturales que están por encima del Estado de Derecho y de cualquier pacto que las sociedades se puedan dar. Ahí hay también una reivindicación que ha intentado destacar durante mucho tiempo que la libertad se defiende en sentido negativo contra el poder siempre amenazante del Estado, cuando en realidad lo que está reivindicando es que los poderes salvajes que dominan nuestros países se puedan seguir comportando de una forma marcada por una dinámica de depredación. No es, por tanto, una ofensiva de carácter restaurador de una parte de los beneficios perdidos. Digámoslo claramente, una parte de las oligarquías en América Latina, con los gobiernos de signo nacional-popular, no han retrocedido excesivamente en sus riquezas y en sus ganancias. También porque ha sido un ciclo que ha permitido la inclusión social sin excesivos ataques a las condiciones de vida concretas de las minorías privilegiadas. No era una cuestión económica la que les ofendía, es una cuestión de carácter principalmente político. Las minorías no pueden decir en ninguno de los países que han vivido procesos de emancipación social que hayan perdido derechos con los gobiernos populares. En la lista de agravios que pueden hacer no pueden poner ni un solo derecho que les haya sido erosionado. A lo sumo un ‘derecho de señores’, que es un derecho por el cual entendían que los países eran suyos por derecho de conquista. Y por tanto es una especie de agravio moral al que enfrentan, por el cual durante un tiempo una irrupción plebeya les ha arrebatado lo que tenía que ser suyo por derecho de nacimiento. Así que la disputa es fundamentalmente política, y así se explica que puedan haber conseguido victorias políticas en lugares donde los números no les acompañaban, donde las condiciones sociales y económicas directas no parecían acompañar la posibilidad de un cambio de signo político en los gobiernos de cada uno de los Estados.

Ahora bien, sería muy fácil en un acto en el que compartimos pasiones, afectos y proyectos nos conformáramos con enumerar cuánto de buenos y buenas somos nosotros, cuánto de pérfidos son los adversarios y cuánto faltará para que esa situación se corrija. Hay que tomarse en serio una parte de esa insubordinación de los privilegiados para entender cómo es que esa insubordinación de los privilegiados es capaz de conquistar mayorías políticas sólidas. El Partido Popular, que gobierna en mi país, ha hecho políticas que han aumentado la desigualdad como no la habían conocido las últimas dos generaciones de la historia de mi país. Ha hecho políticas que han dificultado hasta el extremo el mantenimiento de las pensiones públicas porque ha pulverizado las condiciones de negociación en los centros de trabajo y los salarios. Ha hecho políticas que han hipotecado el futuro de las siguientes generaciones de españoles. Han entregado mucho más poder y mucha más concentración de riqueza a los oligopolios de lo que habíamos conocido en las últimas décadas. Han hecho políticas que han condenado a la mitad de la juventud española a elegir entre la precariedad, la emigración o la resignación. Han hecho políticas absolutamente desastrosas para el conjunto de las mayorías sociales. Bien, pues tienen siete millones de votos. No son siete millones de intereses oligárquicos, y tampoco basta decir que son siete millones que están engañados porque las televisiones están a su servicio: Eso no es ningún dato nuevo. Todos y todas los que estamos aquí cuando nos apuntamos a militar ya sabíamos que jugábamos en campo contrario. Que ellos tenían la inmensa mayoría de los medios de comunicación, de los poderes fácticos etc. No podemos contentarnos con una especie de receta moral que nos tranquiliza y que dice: 'Bueno, como peleamos con una buena parte de los elementos en contra, eso justifica...'. Hay siempre -y soy consciente de que es una tesis polémica-, una parte de verdad en el adversario, que yo quiero combatir, pero que nos tenemos que tomar en serio. En política, y esto es una de las peores herencias que la interpretación más vulgar del marxismo nos dejó, no existe algo así como la falsa conciencia. Existen proyectos, horizontes, objetivos o identidades que son capaces de fundar mayorías que giran el rumbo de los países en un sentido o en otro. Y por tanto nos los tenemos que tomar como hechos reales. Decía Eduardo antes, y me parece fundamental, que del nombre del Foro hay que tomarse en serio ‘construcción’ y ‘nuevas’. Pero decía que ‘construcción’ porque los intereses no están dados esperando que alguien los represente. Y por tanto, que hay una batalla política que no nos va a solucionar ningún empeoramiento de las condiciones. Nosotros llevamos una larga década de empeoramiento de las condiciones de vida, y una larga década de acumulación de infamias, desvergüenzas y canalladas protagonizadas por las élites que han secuestrado las instituciones de nuestro país. Ninguna acumulación de chapuzas va a sustituir la construcción de una alternativa posible que haga que quienes están indignados, hartos o tristes con el orden actual de las cosas vean que tienen a su disposición la posibilidad o la alternativa de un orden nuevo.

Algunos elementos sobre esta cuestión de la restauración conservadora. En primer lugar, y lo digo con inmenso respeto y cariño -todos los que estáis aquí pudisteis ver cuál fue el recibimiento que nosotros le procuramos a vuestro presidente en el Congreso de los Diputados cuando vino a España-: Pero que las elecciones se pierdan es normal. No es un dato menor que después de una larga primavera democrática las élites hayan restaurado su poder de clase mediante las urnas y no mediante el genocidio. La restauración se ha hecho a través de las elecciones. Las elecciones siempre se pierden en algún momento, esa es la prueba de que son elecciones libres. Eso no significa que las derrotas electorales signen el final de los procesos de transformación histórica. Las elecciones a veces se pierden y a veces se ganan. Que se pierdan elecciones no es un signo de crisis de los proyectos. Claro que hay alternancia, pero lo fundamental es cuánto de alto se pone el suelo mínimo de derechos, de inclusión, de democracia, de redistribución de la riqueza a partir del cual los que después llegan al poder tienen que seguir construyendo. Y eso tiene que ver con la necesaria conciliación de dos principios irrenunciables que hay que poner a dialogar: la voluntad de emancipación social con la voluntad irrenunciable al pluralismo político. Eso significa que siempre hay momentos de alternancia en el poder, y por tanto momentos en los que el adversario gana. El problema no es que el adversario gane, el problema es en qué condiciones hereda el país y en qué condiciones nos lo deja cuando nosotros recuperemos el poder político para gobernar en favor de las mayorías sociales. Eso no tiene que ver solo con los resultados de las urnas. Tiene que ver con un conjunto de transformaciones sociales, culturales y jurídicas que son las que en realidad dirimen el poder real en los Estados. En Europa, después de la gran ofensiva conservadora que siempre representamos como animal mitológico en Tatcher, claro que hubo alternancia electoral y gobernaron formaciones de centro-izquierda que se llamaban a sí mismas socialdemócratas y reformistas, pero que sin embargo respetaron en lo fundamental la construcción del Estado neoliberal hecha por el adversario. Esa fue una buena parte de la victoria neoliberal en Europa. No que ganaran las elecciones, sino que incluso cuando ganaba el adversario, tenía que gobernar de manera muy similar a como habían gobernado ellos antes. Y lo tuvo que hacer por una serie de transformaciones en el imaginario de los pueblos, en el sentido común de lo que se creía posible o imposible, justo o injusto; por una serie de transformaciones de la estructura social de nuestros países y transformaciones jurídicas que hacían que el que venía después venía limitado y constreñido por la construcción hegemónica que había hecho quien había gobernado antes.

La segunda apreciación tiene que ver con que las derechas que han regresado han aprendido esto -por cierto, me molesta particularmente que aquí hablen de cambio y de 'sí se puede' quienes vienen a restaurar los poderes de las minorías-. Pero son derechas que sí que han registrado la experiencia de los gobiernos progresistas. No es verdad que la restauración sea simplemente una restauración de tabula rasa y vengan conformar el país como si no hubieran sucedido doce años de gobierno nacional-popular. Ellos desearían eso, pero no es ese el programa político inmediato. El programa político inmediato se hace cargo de algunas de las transformaciones de época, y aunque no les gusta las incorporan como si fueran suyas para construir un proyecto de estabilidad política. Tal es así que las nuevas derechas en la Región mantienen algunos de los avances sociales hechos por los gobiernos populares. Uno puede decir: ‘los mantienen de boquilla pensando en cuartearlos dentro de un tiempo’. Bueno sí, pero que los mantengan es un dato. Es un dato de la fortaleza de esas construcciones, que la gente ya no siente como una atribución que le dio un partido político sino como un derecho cosustancial al hecho de ser argentino, ecuatoriano y boliviano. Eso es una victoria cultural nuestra -me permitís que me incluya en el nuestra-, y es tanto más fuerte en cuanto que nadie la va a agradecer en las urnas. Pero es una victoria cultural de primer orden, profundísima, que la gente cuando acuda a las urnas ya no agradezca la asignación universal por hijo porque significa que ha asumido que es un derecho no por votar a uno u otro, sino que es un derecho por ser argentino. Significa, por tanto, que se ha construido un suelo mínimo que hay proteger y expandir, pero que ha transformado el país con independencia incluso de los que vengan después. Esto no es una receta para sentarse a dormir en los laureles. Van a revertir todo lo que puedan, no hay un programa gradualista sino un intento de probar hasta dónde hay resistencia. Si hay poca, hasta la cocina. Si hay mucha, lo poco que puedan. Las derechas regresan haciéndose cargo de esa experiencia, con un lenguaje, un programa de políticas públicas y una forma de presentarse en sociedad que registran los cambios que han sucedido. En un cierto sentido, la construcción de nuevas mayorías de signo nacional-popular y democrático tiene que hacer lo mismo. No pueden ser mayorías que se limiten exclusivamente a un ejercicio de nostalgia que aspire a recuperar el tiempo pasado. Tiene que ser una articulación de mayorías que se haga cargo del Macrismo. Que se haga cargo de qué expresa eso sobre los deseos, las expectativas, los miedos o los anhelos de la sociedad argentina. Nosotros, por ejemplo, estamos convencidos de que vamos a gobernar en España. Y cuando lo hagamos, no podemos hacerlo como si no hubiera sucedido todo el largo ciclo de envilecimiento por el cual ha habido partidos políticos que han sustentado su victoria en prometerle a los demás que hay un tercio de la población que se va a ir a la cuneta pero que ‘a ti puede no tocarte’. Es un proceso que ha marcado a fuego nuestras sociedades. La diferencia entre ser una fuerza meramente de izquierdas y ser una fuerza nacional-popular es hacerse cargo de nuestro pueblo aún con los anhelos y los deseos que no compartimos.

Otra característica de la ola conservadora tiene que ver con una especie de postulación ratificada por una buena parte de la sociedad. Vosotros lo habéis vivido como una restauración conservadora, pero nosotros lo hemos vivido como el mantenimiento a la defensiva en el poder de un partido marcadamente desprestigiado como el PP, incapaz de ofrecer un horizonte nuevo en España pero todavía con capacidad de atrincherarse en las instituciones para no tener que rendir cuentas por el inmenso sufrimiento que han causado a nuestro país en los últimos años. Y cuando han logrado eso, lo han hecho con una retórica de la normalidad y del fin del conflicto. Esa retórica sabemos que es mentirosa, porque cuando está hablando del fin de la conflictividad y de que se acabe la polarización política, lo que está haciendo es intentar privatizar el conflicto; intentar disolver los lazos de comunidad para que el antagonismo sea de uno a uno, solos en casa. De tal manera que no haya una discusión sobre las paritarias sino que haya miedo de qué condiciones de trabajo tenga un trabajador solo y aislado. Que no haya miedo a que si te pones enfermo no tengas un servicio de salud gratuita que te va a curar, sino que haya un miedo individual. La derecha no termina con el conflicto, lo mete debajo de la alfombra y nos obliga a librarlo como seres aislados, miedosos, sin recursos y sin comunidad a la que pertenecer. Esta retórica de anestesiar las diferencias en la sociedad, es una retórica que en muchos momentos consigue aglutinar una mayoría. Y tenemos que hacernos cargo de por qué sucede y cómo lo revertimos. Y ahí hay que notar una importante brecha entre cómo vivimos la política entre quienes le entregamos la vida a la militancia y cómo la viven nuestros pueblos. En todos los procesos históricos de cambio son fundamentales minorías activas que empujen el horizonte de lo posible más allá; con la capacidad de galvanizar las esperanzas, las energías y las ilusiones de un pueblo. Pero las minorías tienen que recordar que son minorías. No pueden perder nunca la temperatura, el sentir social de sus países. Y los pueblos -y es otro de los errores de la izquierda tradicional- no quieren hacer revoluciones toda la vida, ni quieren hacer historia todos los días de la semana. Eso significa que tenemos que hacernos cargo de un cierto deseo de normalidad y de cotidianidad que a veces expresan nuestras sociedades. No para dejar de avanzar sino para planificar un horizonte de largo recorrido que entienda que los procesos de transformación son procesos que viven una dinámica de flujo y reflujo. No viven siempre en auge. Lo digo con respeto pero solo los troskistas creen que los pueblos viven en revolución permanente todos los días. Una fuerza política revolucionaria no es la que interpela a su pueblo todos los días a hacer la revolución, sino la que tiene como objetivo ir transformando las condiciones de vida para construir países más justos, pero se lo plantea haciéndose cargo de que hay momentos en los que viene la ola de subida, en la que hay que radicalizar y profundizar, pero siempre viene la ola de bajada. Es muy fácil ser militante político revolucionario cuando la ola viene de subida. ¿Y cuáles son las tareas cuando la ola viene de bajada? ¿Es solo enfadarnos y convocarnos a la nostalgia? No. Es haber preparado antes y después las conquistas sociales y culturales que nos van a permitir resguardarnos y decir: ‘Es verdad, nos hemos ido pero no del todo. Nos quedamos hasta aquí’. Aprendamos de qué construyeron las derechas en todos nuestros países para que incluso cuando perdían el poder perdían solo una parte. Porque había toda una red en la sociedad civil, de intereses económicos, de fundaciones, de lugares donde refugiarse y preparar un cierto regreso y normalizar una visión alternativa de lo que sucede.

El último apunte es que la economía no va a resolver ninguna tarea que no hagamos exclusivamente con la política. Me perdonáis, pero yo no creo que la gente vote con el bolsillo, vota con el corazón y con las entrañas. Claro que influye el bolsillo, pero por sí solo no significa nada. En Europa durante mucho tiempo la hegemonía de una ideología profundamente conservadora ha convertido a los pobres en perdedores. De tal manera que la culpa de la pobreza era que uno no se había esforzado suficiente. Las condiciones sociales y económicas en términos políticos no tienen ningún significado intrínseco que nosotros vayamos a desvelar. Es un significado que tenemos que construir. Así puede pasar que haya un gobierno que pese a los ajustes, los tarifazos y la represión se pueda presentar como el abanderado de la ilusión, del ascenso o del futuro. Y no basta con decir que eso sea mentira, porque en política no existe algo así como la mentira. Es real en la medida en que una mayoría de los argentinos se lo cree. Y por tanto tenemos que combatir con una construcción real, en el terreno de las palabras y de las ilusiones. No se puede permitir que nosotros quedemos como 'pepitos grillos', mensajeros de las malas noticias, mientras se le deja al adversario construir un relato ilusionante que responde a unos ciertos anhelos, siquiera sea en forma distorsionada, de la sociedad. Cuando el adversario nos gana siempre hay una parte de razón que nos tenemos que obligar a entender. No para aplaudirla, sino para derrotarla. Hay siempre unos anhelos y esperanzas que el adversario ha sido capaz de vehicular: la esperanza del ascenso social individual, de la meritocracia -de tipos que nunca han trabajado y lo heredaron todo-, la normalidad y el fin del conflicto, el deseo de la seguridad ciudadana...Son deseos que se expresan y movilizan un voto concreto. No hay condiciones sociales o económicas que vayan a precipitar el cambio político. La disputa es fundamentalmente una disputa por el sentido, por la explicación de lo que nos pasa y por la articulación de las ilusiones y expectativas que frente a la promesa de que a uno le puede ir mejor en la ley de la selva nosotros restablezcamos que nos va mejor cuando nos cuidamos y restauramos lazos de solidaridad. Que nos va mejor a todos, también a los poderosos cuando no están emancipados y por encima de la ley y el derecho. Ojalá tuviéramos oligarquías que entendieran que les va mejor cuando pagan impuestos, cuando hay infraestructuras, servicios públicos y hay un Estado que planifica y asegura la cohesión social. A menudo son oligarquías que les encanta irse de vacaciones a sitios que glorifican pero de los que se olvidan de una buena parte. Les encanta irse de vacaciones a lugares donde no se quejan de la seguridad porque pueden estar hasta las tantas de la noche por la calle, pero se olvidan de que eso se ha construido sobre la redistribución de la riqueza, sobre el combate de la exclusión y sobre políticas públicas determinadas. Ojalá tuviéramos oligarquías que entendieran que va también en su beneficio contribuir a la cohesión social y al desarrollo nacional. Va también en su beneficio instaurar un pacto social que a ellos no les quita un solo derecho, sino que simplemente asegura que va a dejar de haber ciudadanos de primera y de segunda. Si no lo entienden, hay que conseguir las mayorías que tengan la fuerza como para imponerlo democráticamente.

Hay una parte de esta pelea que tiene que ver con asumir esa dinámica de flujo y reflujo, que nos permita construir las posiciones mínimas a partir de las cuales retomar un proyecto de transformación histórica que no se agota porque se pierdan unas elecciones. En Argentina no se ha agotado y en nuestro caso sigue en expansión incluso si todavía no hemos conquistado una mayoría de signo diferente que permita gobernar España más al servicio de los españoles que de la política económica que le conviene a la señora Merkel. Pese a eso es importante que retengamos algunas cuestiones. En primer lugar, como los países no pueden vivir permanentemente en la excepcionalidad y la hiperpolitización, es importante que le disputemos al adversario la idea del orden y la institucionalidad. Fundalmentalmente porque tenemos un adversario que tiene el extremo cinismo de plantearse como el adalid del orden y la institucionalidad, cuando son tipos que acaban de desaparecer a un señor que no aparece. ¿Cómo se pueden presentar como partidarios del orden cuando se dedican a desorganizar la vida a la gente? Que se dedican a instaurar la ley del sálvese quien pueda que no es solo injusta sino que nunca ha funcionado. Ellos a menudo nos regalan con una cierta condescendencia que nosotros somos más compasivos pero que ellos son los que hacen funcionar los países. Hay que discutirles de manera radical que ellos puedan representar el orden. A nosotros nos concedieron desde muy pronto que nuestras razones eran más justas y más emocionantes, pero eso es menos radical. Los poderosos no le tienen miedo a la gente que le cante las cuarenta, le tiene miedo a gente que le diga: 'no os necesitamos, gobernamos mejor nuestros países nosotros'. Si algo les ha dolido de manera drástica en nuestro país no es que le digamos al Gobierno las cosas que hace mal, sino que a dos años de nuestra entrada en gobiernos municipales no pequeños -Madrid, Barcelona, Coruña, Zaragoza- podamos comparecer diciendo que hemos reducido la deuda, hemos puesto orden en las cuentas, hemos incrementado el gasto social, el empleo y la protección social. Hemos puesto orden y hemos puesto las instituciones al servicio del interés común y no de unos pocos.

Hay que disputar la idea del orden no solo para los nuestros sino fundamentalmente para aquella gente que no nos acompaña. La transformación más radical no se va a dar cuando esa gente nos vote, sino cuando esa gente reconozca y disfrute de una buena parte de las conquistas alcanzadas también para ellos. No podemos esperar que nos las agradezcan, pero las van a disfrutar, igual que sus hijos y sus hijas. Eso es una victoria nuestra que nos permite comparecer ante nuestra sociedad diciendo que no es solo que decimos cosas más hermosas, que se nos ponga la piel de gallina o que proclamemos un futuro más hermoso y más bello; es que tenemos la capacidad de garantizarlo hoy, en el aquí y el ahora. Lo decía Axel, cuando nos tuvimos que reagrupar en la larga década de los noventa y dosmil nos reagrupábamos diciendo 'otro mundo es posible'. Hoy nos reagrupamos diciendo 'dejadnos hacerlo': no entorpezcáis, dejadnos construirlo. Esa pelea para construir la fuerza cultural y la capacidad de imprimir un rumbo de nuestro país que incluso nuestros adversarios tengan que acompañar aún a regañadientes, es una pelea de carácter marcadamente cultural que tiene que ver con la capacidad de hacerse cargo de aquellos que hoy no simpatizan o que no van a simpatizar con nosotros. La capacidad de hacerse cargo de un proyecto nacional que incluya al adversario. No solo por pluralismo, no es una especie de alarde de democratismo. Es porque son más sólidas las conquistas cuando somos capaces de dibujar un orden en el que el adversario tiene un hueco, no en el puesto de mando, pero tiene un hueco.

El adversario ha sabido leer algunos componentes del sentido común de época y movilizarlos en un sentido conservador y oligárquico. Quedan, sin duda, núcleos de buen sentido que pueden ser aprovechados y movilizados en un sentido progresista y alternativo. Elijamos bien las batallas. No libremos las batallas donde nos cita siempre el adversario, elijamos nosotros en qué terreno las damos. Marquemos nosotros qué batalla les queremos librar, cuáles son las fundamentales y cuáles son las que libremos cuando hayamos hecho más acumulación de fuerza. Cuáles son las que queremos librar hoy, ya y mañana para infringirle derrotas y cuáles cuando tengamos más poder. Diagnostiquemos bien qué gente beneficiada por la expansión de los derechos haya podido darnos la espalda. No regañemos. No hay nada peor que las fuerzas progresistas que regañan a sus pueblos. Entendamos; tendamos la mano, construyamos para revitalizar mayorías que sean capaces de poner en marcha un proceso que no se ha detenido sino que se ha puesto en paréntesis. Extraigamos lecciones de lo bien hecho y de lo que se podría haber hecho mejor para asegurar que para la siguiente vez que tengamos la posibilidad de que el Estado sirva a los intereses de las mayorías y no de las minorías tengamos más capacidad de decirle a todo el mundo que somos la fuerza garante del futuro, del orden, de la justicia y la libertad. No tengo la menor duda de que vosotros lo vais a conquistar aquí más temprano que tarde, y espero que no tengáis la menor duda de que nosotros también lo vamos a conquistar en Europa. Muchas gracias.