En nuestro país la sanidad pública ha sido siempre motivo de orgullo, nos sentíamos orgullosos y orgullosas de ser una sociedad que ponía por delante la salud y la vida de nuestra gente, de que esa fuese nuestra "marca España". Pero en la última década no ha sido motivo de orgullo sino de indignación, al ver cómo una oleada de recortes y privatización desmontaba todo aquello que habían conquistado nuestros padres y abuelas.
El 50% del gasto público en sanidad ha ido a parar a manos privadas, mientras se extiende la temporalidad, la precariedad laboral y el exilio entre el personal sanitario. Acudir hoy a un hospital es enfrentar listas de espera interminables y el copago ha dejado, por ejemplo en Madrid, al 13,4% de los enfermos y enfermas sin sus medicamentos.
Los "buenos gestores" no son quienes ven la sanidad publica como una oportunidad para hacer negocio, un cromo para intercambiar con sus amiguetes por debajo de la mesa. Son quienes la ven como un pilar fundamental del bienestar y un derecho fundamental. Y nuestra tarea no es solo demostrar que lo podemos recuperar todo, que no nos enfermamos por encima de nuestras posibilidades, sino que la sanidad pública también puede funcionar mejor, de una forma más eficiente y justa, en cada rincón de nuestro país.